jueves, 21 de noviembre de 2013

El Día que Murió el Silencio

Si se analiza la filmografía de Paolo Agazzi se puede encontrar que la carrera del cineasta ítalo-boliviano va decrescendo. Va desde una obra espléndida como Mi Socio, hasta el bodrio de El Atraco y la simplista, “chistefácil” e “integradora” de Sena Quina. En la mitad de la carrera de Agazzi se sitúa “El día que murió el silencio” que no es mala pero tampoco es magnífica. Es un sí pero no. “Es una buena película pero hasta ahí”.

El día que murió el silencio es una película que te va mostrando esa transición que nadie quiere con sus obras, el decaimiento silencioso. Donde todo parece estar bien, entra el autoengaño sobre lo que producimos. Pasa que cuando tomamos como referente el producto preliminar, decimos que es “obvio que vamos a hacer algo mejor que el anterior”; y ahí es cuando nos tendemos la trampa y es a la que estamos expuestos todos.

La película se trata de la historia de un empresario/comunicador, Abelardo, que llega a Villaserena, un pueblo que no tiene electricidad y que tampoco conoce la radiodifusión. Acogido, con cierta astucia, por el cura y por el corregidor instala cuatro parlantes para la difusión de Radio Nobleza. El pueblo deja de estar en silencio pero poco a poco surgen problemas que culminan en una turba enojada con Abelardo y con la radio que se convirtió en indeseado en el pueblo. La historia es narrada por don Oscar, un escritor solitario que a su vez se nutre de estos problemas para la elaboración de su escrito.

Dentro del film se puede ver que existen fallas de consideración tanto de iluminación y diálogos, como de actuación. Para el ojo común del espectador, que sólo busca entretenimiento, estos problemas pasan desapercibidos. Pero si se lo ve a detalle son pues insultos incluso al sentido común.

Empezando por iluminación, escogí dos casos para ver que esta área esta muy descuidada. Cuando Abelardo se dispone a encender un cigarrillo, el fuego ilumina el dorso de su mano y toda su cara, siendo esto físicamente imposible, ya que el fósforo se encuentra rodeado por la palma de este y de alguna manera sólo alumbraría a parte de su cara. Otra, es cuando él mismo sale al balcón y se puede ver que la iluminación de su habitación va de arriba hacia abajo, siendo esto, nuevamente, imposible porque el pueblo no tenía electricidad y lo lógico es el uso de velas para la iluminación.

Ahora, los diálogos. Las conversaciones que se escuchan a momentos son desequilibradas, porque se pretende dar ese toque coloquial y en otros momentos los personajes hablan como si se tratase de una telenovela mexicana. Se puede ver que los diálogos sufren desniveles y combinaciones chocantes – y ojo que en ningún pueblo hablan de esa manera –. Y también existen descuidos en pronunciaciones y el correcto uso del lenguaje.

Y por último la actuación. Es a momentos desprolija por parte de los personajes secundarios y de los extras. Hay sobreactuaciones que dejan a uno realmente incómodo. Muchos de éstos no saben moverse frente a cámaras. Y no podía faltar Giovanna Chávez que no tiene pasta de actriz, es una cara bonita y nada más – aunque esta vez sin el maquillaje horrendo con el cual suele estar –.

Esta película que personalmente esperé verla por muchos años me dejó satisfecho, pero tampoco totalmente maravillado. Parece que si queremos ver cine nacional tendremos que ir hacia atrás, hay más trabajo en anteriores films que en los actuales. Estas películas están sobreviviendo el paso del tiempo, pero no por que sean exquisitas sino porque ahora se hacen mala películas. Películas como Wara Wara, Mi Socio, La Nación Clandestina o Chuquiago son películas vintage. ¿Podremos reinventar el cine nacional y bajar del podio a estos monstruos del espectro nacional?


(Esta crítica fue parte de una tarea de la materia de Redacción II de la carrera de Comunicación Social-UMSA)

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